JOSÉ MARTÍ PERIODISTA

La luz del mundo crece con la libertad

Era el 10 de abril de 1869… Todo era fiesta en Guáimaro… La alegría desbordaba las calles y las gentes salían a dar el abrazo de bienvenida a los libertadores… Los representantes de la nación cubana se reunían para dar forma de república a la patria que habían alzado de la esclavitud.

Ana Betancourt, testigo presencial de los hechos, al escribir en 1892 los datos biográficos de su esposo, Ignacio Mora, quien fue redactor de la Carta Magna junto a Ignacio Agramonte, apuntó: “[…] reunidos en Guáimaro, la Cámara de Representantes eligió para Presidente de la República al C. Carlos M. de Céspedes y para General en Jefe al C. Manuel de Quesada./ El 12 de Abril de 1869, recibieron la investidura de sus importantes cargos./ Ignacio y yo asistimos a esa reunión. Todo era solemne. Los que tuvimos la dicha de presenciar ese acto, conservaremos siempre palpitante el recuerdo de aquel acontecimiento”.1

José Martí, que no presenció aquellos extraordinarios sucesos, pero que desde su posición de combatiente clandestino en La Habana debe haber sentido la misma profunda emoción, escribiría en Patria, en esa fecha de 1892, el trabajo titulado “El 10 de abril”, que según la autorizada opinión de Ibrahim Hidalgo, es “El único texto de José Martí publicado en Patria en dos ocasiones” lo que constituye, sin lugar a duda, “[…] muestra de la importancia y significado de esta fecha para el Maestro. La primera edición —según Hidalgo— coincidió con el vige­simotercer aniversario de la aprobación de la Constitución de Guáimaro, en el día propuesto por el Apóstol para la procla­mación del Partido Revolucionario Cu­bano. Al parecer, el director del periódico deseaba que ambos hechos quedaran gra­badosen las mentes y los corazones de los cubanos como evidencia del vínculo entre el primer intento de los patriotas cubanospor organizar la república en medio de la guerra, y la voluntad de los revolucio­narios del último decenio del siglo xix de continuar el camino desbrozado por quienes pusieron todo su empeño no solo en inde­pendizar a su país del co­lonialismo español, sino en guiarlo del modo más acertado para lograr que todo su pueblo disfrutara los derechos de hombres y mu­jeres libres”.2 (Siempre tuvo Martí conciencia de que la guerra que preparaba era continuación de las dos anteriores.) Luego volvería a publicarlo en la misma fecha de 1894.

Al calor de la emoción, Martí afirmó que “[…] la luz del mundo crece con la de la libertad” y, al referirse a Guáimaro libre, afirmó que “nunca estuvo más hermosa que en los días en que iba a entrar en la gloria y en el sacrificio”3 y, a continuación, explicó el motivo del júbilo: “Era que el Oriente y las Villas y el Centro […] componían espontánea el alma nacional, y entraba la revolución en la república”.*

Luego escribió el Apóstol una valoración, trascendente para quienes analizan cómo hubiera sido la república que quería fundar Martí en 1895, para lo que se convocaba ya en los días previos a su caída en combate una asamblea de representantes del pueblo cubano, la cual tendría la responsabilidad de dar forma legal al intento libertador de lidereado por nuestro Héroe Nacional; de modo que el asunto había sido previa y cuidadosamente analizado por él y había concluido que “En los modos y en el ejercicio de la carta se enredó, y cayó tal vez, el caballo libertador; y hubo yerro acaso en ponerles pesas a las alas, en cuanto a formas y regulaciones, pero nunca en escribir en ellas la palabra de luz”.*

Tampoco olvidaría el Apóstol —en la reunión de La Mejorana afirmaría su disposición de deponer ante la magna asamblea que tuvo lugar ya sin su necesaria presencia su responsabilidad y autoridad al frente de la guerra, otorgadas por el voto unánime de los miembros del Partido Revolucionario Cubano— que el fundador Carlos Manuel de Céspedes había actuado de manera similar: “Ni Cuba ni la historia olvidarán jamás que el que llegó a ser el primero en la guerra, comenzó siendo el primero en exigir el respeto de la ley…”.*

Luego dedicó algunos párrafos para enaltecer la memoria de los héroes: “¿A quién salen a ver, éstos, saltando el mostrador, las casas saliéndose a los portales, las madres levantando en brazos a los hijos, un tendero español sombrero en mano, un negro canoso echándose de rodillas? Un hombre erguido y grave, trae a buen paso, alta la rienda, el caballo poderoso; manda por el imperio natural, más que por la estatura; lleva al sol la cabeza, de largos cabellos; los ojos, claros y firmes, ordenan, más que obedecen: es blanca la chamarreta, el sable de puño de oro, las polainas pulcras. ¡Y qué cortejo el que viene con Carlos Manuel de Céspedes!”*

Sin embargo, no solo se refiere a Céspedes; tiene palabras de elogio para Francisco Vicente Aguilera, José María Izaguirre, Francisco del Castillo, José Joaquín Palma, Fernando Figueredo, Antonio Zambrana, Salvador Cisneros Betancourt, Eduardo Agramonte, el polaco Carlos Roloff, Miguel Jerónimo Gutiérrez, Honorato del Castillo, Antonio Lorda y muchos otros y, en especial para Ignacio Agramonte: “¿Por quién manda Céspedes que echen a vuelo las campanas, que Guáimaro se conmueva y alegre, que salga entero a recibir a una modesta comitiva? Entra Ignacio Agramonte […]”.*

Se refiere Martí al valor de los héroes en la historia y comenta que “Tienen los pueblos, como los hombres, horas de heroica virtud, que suelen ser cuando el alma pública, en la niñez de la esperanza, cree hallar en sus héroes, sublimados con el ejemplo unánime, la fuerza y el amor que han de sacarlos de agonía; o cuando la pureza continua de un alma esencial despierta, a la hora misteriosa del deber, las raíces del alma pública […] Dejan caer la pasión los pechos más mezquinos, y la porfía es por vencer en la virtud”.* Y añade que “No había casas con puertas, ni asambleas sin concordia, ni dudas del triunfo. La crónica no era de la que infama y empequeñece, sobre mundanidades y chismes; sino de las victorias más bellas de los héroes, que son las que alcanzan sobre sí propios. Las conversaciones de la noche eran gloriosos boletines”.*

Sin embargo, no puede evadir Martí el hecho de que había diferentes modos de pensar entre los allí congregados; pero justo ante esas discrepancias la grandeza humana de los mejores salió a relucir precisamente en el hecho de ceder; por eso, “Céspedes, convencido de la urgencia de arremeter, cedía a la traba de la Cámara […] cedía la bandera nueva que echó al mundo en Yara, para que imperase la bandera de Narciso López, con que se echó a morir con los Agüeros el Camagüey. Que el estandarte de Yara y de Bayamo se conservaría en el salón de sesiones de la Cámara, y sería considerado como parte del tesoro de la República”.* Emociona pensar que desde ese mismo instante se decidió el lugar que correspondería al pabellón de Céspedes en el futuro de la patria.

En un trabajo publicado en este mismo sitio,4 aludimos a las vibrantes palabras pronunciadas por la patriota Ana Betancourt, en representación de la mujer cubana, en el mitin nocturno. También narra el Apóstol cómo “Céspedes presidió, ceremonioso y culto”, cómo “Agramonte y Zambrana presentaron el proyecto”, cómo “Céspedes, si hablaba, era con el acero debajo de la palabra, y mesurado y prolijo”, cómo “En conjunto aprobaron el proyecto los representantes, y luego por artículos, con ligeras enmiendas”.*

El día 11, “eligieron presidente del poder ejecutivo a quien fue el primero en ejecutar, a Carlos Manuel de Céspedes; presidente de la Cámara, al que presidia la Asamblea de representantes del Centro […] a Salvador Cisneros Betancourt; y general en jefe de las fuerzas de la república al general de las del Centro, a Manuel Quesada”. Y ya entonces con el surgimiento de la nación, tuvimos república y Céspedes fue nuestro primer presidente. Al siguiente día 12, “Juró Salvador Cisneros Betancourt, más alto de lo usual, y con el discurso en los ojos, la presidencia de la Cámara. De pie juró la ley de la República el presidente Carlos Manuel de Céspedes, con […] el dejo sublime de quien ama a la patria de manera que ante ella depone los que estimó decretos del destino […] Y sobre la espada de honor que le tendieron, juró Manuel Quesada no rendirla sino en el capitolio de los libres, o en el campo de batalla, al lado de su cadáver”.*

Con emoción trajo a su presente el Apóstol aquel hermoso 10 de abril, en el que los cubanos cedieron criterios regionalistas e impusieron la unidad. En ese espíritu creaba ese mismo día nuestro Héroe Nacional el Partido Revolucionario Cubano: símbolo de la unidad tan necesaria ayer como hoy.

 

Notas

* Todas las citas marcadas con este signo corresponden a “El 10 de abril”, en Obras completas, t. 4, Centro de Estudios Martianos, Colección digital, La Habana, 2007, p. 384.

1 Ana Betancourt: “Datos biográficos sobre Ignacio Mora”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, año 59, no. 1, enero-abril de 1968, p. 73.

2 Ibrahim Hidalgo: “El concepto de república en José Martí”, Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, año 105, no. 1-2, enero-diciembre del 2014, p. 107.

3 El propio Martí narra cómo “Un mes después, se ordenó, con veinticuatro horas de plazo para la devastación, salvar del enemigo, por el fuego, al pueblo sagrado, y darle ruinas donde esperaba fortalezas. Ni las madres lloraron, ni los hombres vacilaron, ni el flojo corazón se puso a ver cómo caían aquellos cedros y caobas. Con sus manos prendieron la corona de hogueras a la santa ciudad, y cuando cerró la noche, se reflejaba en el cielo el sacrificio. Ardía, rugía, silbaba el fuego grande y puro; en la casa de la Constitución ardía más alto y bello”.* No fue Bayamo el único pueblo incendiado en aras de la libertad.

4 María Luisa García Moreno: “La mujer: corona natural”, en Cubaperiodistas.cu, enero del 2016.

 

 

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