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El bloqueo a Cuba tiene las horas contadas

fin_bloqueoLos eventos casi se atropellan desde que echaron a andar el 17 de diciembre. Declaraciones sorpresivas, reuniones, diálogos risueños, acuerdos, conferencias de prensa, visitas de alto nivel, embajadas, gestos inesperadamente amistosos, denuncias contra viento y marea, promesas, amenazas veladas y no tan veladas, miradas crípticas, bendiciones papales, fintas, hechos, incógnitas. A pesar de las advertencias de que será un proceso largo y complejo, las grietas del bloqueo económico de Estados Unidos a Cuba se profundizan a ojos vista. El desgaste se acelera. A riesgo de parecer entusiasta en exceso, no es difícil anticipar un corto plazo para el desenlace.

Todo indica que la normalización de relaciones entre ambos países tomará tiempo. Los diferendos históricos y políticos sembrados desde hace más de siglo y medio no se resuelven con un apretón de manos. Cierto. Pero el presidente Barack Obama puede acudir a facultades ejecutivas para esquivar obstáculos legales y reducir sustancialmente al menos uno de los conflictos en discusión: el bloqueo. Y lo está haciendo, aunque con alcance limitado.

La secretaria de Comercio de EE.UU., Penny Pritzker, viajó a Cuba el 6 de octubre, apenas un par de semanas luego de adoptar su Gobierno disposiciones para aflojar nudos del bloqueo comercial y financiero. Un primer paquete de medidas lo había presentado Obama en enero, solo un mes después del anuncio simultáneo que durante año y medio cocinó con el presidente cubano, Raúl Castro.

Pritzker llegó con el objetivo explícito de analizar con la contraparte cubana “el alcance y las limitaciones de las medidas”. Su Gobierno eliminó el 18 de septiembre los límites en los montos de dinero para las remesas a Cuba, y flexibilizó restricciones para el transporte, las telecomunicaciones y la banca. Aunque mantuvo la prohibición a los norteamericanos para hacer turismo en esta plaza del Caribe, entreabrió nuevas puertas para los viajes.

La visita de la Secretaria de Comercio evidencia cálculo e interés real de cambiar hacia una política de acercamiento. Oportunamente, el secretario de Estado, John Kerry, reiteró un día antes de llegar Pritzker a La Habana que “el embargo (bloqueo) debería ser eliminado”.

A los norteamericanos les gusta tantear, preparar el terreno, medir los riesgos de cada paso. Pritzker dijo que venía a estudiar la economía cubana, para tender puentes entre las empresas de ambos países. Es la misma escuela de la serie de editoriales de The New York Time contra la política anticubana: se anticipó al 17 de diciembre no por inspiración divina u olfato periodístico.

El consenso contra el bloqueo ha crecido en ámbitos políticos que tenían un discurso opuesto o no le prestaban atención al asunto. Un nuevo grupo de lobby, Engage Cuba, apareció en el escenario en abril, con influyentes consultores y ex funcionarios del Gobierno. Nació con la misión de actuar en el Congreso para “derogar el prolongado embargo comercial y de viajes con Cuba”, dijo The Wall Street Journal cuando lo anunció. Misión estratégica.

El bloqueo se sostiene sobre leyes -Ley de Asistencia Exterior de 1961, la de Administración de las Exportaciones de 1979, la Torricelli de 1992 y la Helms-Burton de 1996-. Por tanto, “el Congreso es el único que puede decir un día: se acabó el bloqueo a Cuba. Eso no lo puede decir el Presidente”, reconoció en una entrevista la directora general de EE.UU. en el Ministerio cubano de Relaciones Exteriores, Josefina Vidal. Pero advirtió que “el Presidente de EE.UU. tiene posibilidades, yo diría que ilimitadas, para vaciar al bloqueo de su contenido fundamental”.

La tradición ortodoxa anticubana lo teme. Dos precandidatos presidenciales del Partido Republicano, Jeb Bush y Marcos Rubio, han llegado a amenazar con echar atrás la obra de Obama si logran llegar al Despacho Oval. ¿Podrán impedir el levantamiento del bloqueo? No lo creo.

A pesar del dominio republicano en el Congreso, el piquete liderado por Ileana Ros-Lehtinen fracasó en el intento de aprobar una resolución para revocar la decisión presidencial de sacar a Cuba de la lista de estados patrocinadores del terrorismo. Ese paso, que dio Obama en mayo, le restó un fundamento esencial a la política de bloqueo.

Dos meses después, ambos países restablecieron relaciones diplomáticas y abrieron sus respectivas embajadas. El presidente de la Cámara de Representantes, el conservador John A. Boehner, lloró el “error” de su Gobierno, y el Senado acudió a malabares legislativos para impedir, al menos, el nombramiento formal de Jeffrey DeLaurentis como embajador en Cuba. Entretanto, un grupo de senadores republicanos se alió ese mismo mes a demócratas y aprobó una enmienda legislativa que daría libertad a los estadounidenses para viajar a la isla prohibida.

Análisis cuidadosos, como la evaluación del investigador Elier Ramírez sobre las variables que han influido en el cambio de política estadounidense, demuestran una confluencia de factores favorables dentro de ese país, en Cuba y en el contexto internacional. Entre otros, Ramírez cita el aislamiento de EE.UU. en América Latina por su política anticubana. La pérdida de liderazgo en el hemisferio, lamentada públicamente por Obama y Kerry, los obliga a implementar una política constructiva hacia Cuba, y a aceptar su presencia en todos los foros interamericanos.

Si a la Casa Blanca le apura recuperar el espacio perdido —la creciente inversión de China en la región agrega presión, como observa Ramírez—, tendrá que apresurarse para diluir un bloqueo económico que emerge como principal eje de la solidaridad de América Latina y el Caribe con Cuba. Y esa es otra razón que puede influir en la celeridad de una marcha iniciada ya.

Parece difícil que la corriente más reaccionaria del Congreso consiga frenar a Obama. Pudiera retardar la hora final del bloqueo, si es que no le sale el tiro por la culata. Otro editorial de The New York Times volvió a ofrecer —¿o a sembrar?— una pista el 3 de agosto pasado, esta vez sobre un peligro que enfrentan los aspirantes presidenciales republicanos Rubio y Bush. Citó una encuesta en que el 40 % de los votantes cubanoamericanos declaró que apoyaría a un candidato que de continuidad a la línea de Obama y favorezca la normalización de relaciones con Cuba, mientras que solo el 26 % dijo que no lo haría.

Los paladines del bloqueo se debilitan cada vez más. Sus oponentes tienen en las manos una carta tan fuerte que hasta se atreven a enseñarla en el reducto republicano de Miami. Obama y su equipo, y otra exponente principal del reclamo de cambio, Hillary Clinton, han admitido el descalabro del acoso frontal a Cuba, pero no lo dicen con aire contrito. Tras la pose diplomática, asoma la sonrisa del espíritu innovador.

Tan fieles al usacentrismo como sus antecesores, conciben la normalización de relaciones con Cuba como un nuevo método para alcanzar viejos objetivos. Condenan el bloqueo a la mayor de las Antillas solo por su ineficiencia, porque “no ha podido promover nuestros intereses”, dijo Obama el 17 de diciembre.

“Estos 50 años han demostrado que el aislamiento no ha funcionado. Es hora de que adoptemos un nuevo enfoque”, dijo el presidente estadounidense ese día y aseguró que la política fracasada había estado “enraizada en las mejores intenciones”.

Todavía me pregunto si lo que dijo Obama en una conferencia de prensa dos días después de la alocución del 17 de diciembre fue un recurso diplomático para convencer y tranquilizar a la oposición anticubana más terca y reaccionaria, una pifia diplomática u otra expresión de la rutinaria soberbia yanqui. A su juicio, normalizar las relaciones con Cuba “nos brinda más oportunidad de ejercer influencia sobre ese Gobierno que si no lo hiciéramos. (…) vamos a estar en mejores condiciones, creo, de realmente ejercer alguna influencia, y quizás entonces utilizar tanto zanahorias como palos”.

Cuando Hillary Clinton pidió en Miami el fin del bloqueo argumentó que en sus tiempos de secretaria de Estado comprendió que la política de aislar a Cuba estaba fortaleciendo al Gobierno cubano en vez de debilitarlo y eso “perjudicaba nuestros esfuerzos para restablecer el liderazgo de Estados Unidos en todo el hemisferio”. Recomendó entonces “la apertura positiva a la influencia externa, igual que lo hicimos de forma tan efectiva con el antiguo bloque soviético y en otros lugares”.

La aparente osadía de Obama responde a un plan bien meditado. Los primeros pasos los están dando en áreas que permitirían a EE.UU. ejercer esa influencia: telecomunicaciones, viajes e inversión en el sector privado cubano.

Y algo está logrando. El nuevo discurso gana créditos entre la audiencia política estadounidense. Los más astutos cambian rápido de bando. El ex secretario de Comercio Carlos Gutiérrez, que copresidió la Comisión de Asistencia a una Cuba Libre encargada de instrumentar el Plan Bush del bloqueo, descubrió en julio de este año que esa política entorpece el libre comercio y la reincorporación de Cuba a organismos crediticios internacionales. Gutiérrez renegó de sus críticas iniciales a Obama y pidió a sus cofrades republicanos apoyar al presidente.

¿Cuál será la voz que incline definitivamente la balanza en Estados Unidos y hasta acelere el desplome del bloqueo? No creo que la de un político. Por más que un Presidente haya tomado la iniciativa públicamente, las razones más sólidas dentro de ese país provienen del ámbito económico. Y las empresas comienzan a mostrar apuro. ¿Cuánto le quedará de vida al bloqueo, entonces?

(Tomado de Cubadebate)

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Ariel Terrero
Reconocido periodista cubano. Especialista en asuntos económicos. Galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez. Integrante del Comité Nacional de la Unión de Periodistas de Cuba. (La Habana, 1962)