IDIOMA ESPAÑOL

De la mala ortografía y otros demonios

 A sus 70 años y el sexto grado como nivel de escolaridad, mi madre exhibe con orgullo ante sus hijos su buena ortografía. Y no es que sea infalible en esto de colocar una tilde donde corresponda o poner v o b, según convenga.

 Es que en sus más de cuatro décadas de trabajo siempre le acompañó un diccionario cuyo último ejemplar, por cierto, le ha regalado a su nieta más grande con la esperanza de que corrija sus faltas.

 Mi progenitora tiene, además, un arma mayor para combatir los errores ortográficos –horrores, diría ella, si viera el cartel que cuelga de una ventana donde silla y seis aparecen con c-, pues es una lectora incansable que no pierde oportunidad para indagar por una palabra o comprobar si realmente está bien escrita, puesto que a ella “le suena” con otra letra.

 Muchas veces –ante la duda- la he visto tomar un lápiz y un papel y comenzar a redactar una lista, con el mismo término, pero de diferentes maneras, en un intento por encontrar la manera exacta de colocar las letras.

 De seguro ya me dirán los catedráticos que esta no constituye una forma muy ortodoxa de comprobar la ortografía, y también lo pienso así, mas a ella –créanme- generalmente le da resultado, tal vez porque enseguida le viene a la mente algún sitio donde vio la palabra con anterioridad.

 Con la digitalización de la sociedad, el Word y su cuestionado corrector ortográfico vinieron a sustituir a las máquinas de escribir. Ahora, basta con un clic y una buena revisión para que al momento de la impresión lo redactado salga con la calidad exigida.

 Sin embargo, muchos nos hemos acomodado a que ese corrector detecta nuestras faltas y no nos percatamos de que algunas o pasan desapercibidas porque existe también la palabra (mas o más, elimino o eliminó, tú o tu) o las sustituye por alguna similar.

 De ahí que muchos documentos –sobre todo los que se redactan con premura o donde falta quien busque entre líneas una y otra vez- se entregan con muchísimos detalles por pulir, falta de concordancia y hasta con ideas a medias.

Últimamente, los errores ortográficos se han entronizado también –y con bastante frecuencia- en los medios de comunicación.

 Una falta se le puede ir a cualquiera, de eso estamos convencidos, pero a juzgar por la periodicidad de sus apariciones en periódicos o en la televisión –para no hablar de la radio, donde la inmediatez atenta en ocasiones contra la calidad- el fenómeno es mucho más complejo e incluye desde quien redacta las líneas hasta el editor final.

 Los medios de comunicación poseen entre sus principales funciones educar, informar y entretener. ¿Cómo exigir entonces que en sus exámenes o libretas de notas los alumnos  de cualquier enseñanza escriban correctamente, si en los noticieros o en cualquier otro espacio informativo todavía aparecen faltas?

 Igual sucede con los nombres propios. No por frecuentes, deben siempre escribirse de la misma forma y es tarea de quien indaga por ellos, verificarlos. La práctica dice que a veces somos descuidados.

 Aunque aún está muy lejos de satisfacer la demanda, felizmente, desde hace algunos años, el Instituto Cubano del Libro ha empezado a comercializar durante las ferias del libro el Diccionario Básico Escolar, una práctica que pese a las carencias materiales de Cuba valdría la pena extender a otras fechas del año por el impacto que tiene en la población.

 De una buena escritura en las jóvenes generaciones deben ocuparse la familia, la escuela y todas las instituciones. Esperemos que NO sea en este trabajo donde aparezca el próximo error ortográfico.

Fuente: Yainerys Ávila Santos  – AIN

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba